En el Perú, donde la realidad supera a la ficción y la política es un circo sin carpa, nuestra presidenta, Dina Boluarte, ha vuelto a regalarnos un episodio digno de telenovela de bajo presupuesto. Esta vez, Dina decidió que su deber patriótico —casi celestial— era volar a Roma para asistir al velorio del Papa Francisco (sí, en este imaginario ya había fallecido). Solo había un pequeño detalle: el Congreso le dijo ciao, bambina.
Boluarte, iluminada por una fe repentina y un asesor de viajes demasiado entusiasta, anunció su intención de cruzar el Atlántico, no para resolver algún tema de Estado ni para atraer inversiones (¡qué aburrido!), sino para ser parte del selecto club de líderes mundiales en la despedida del Santo Padre. Una especie de «selfie diplomática» en la que, de paso, podría mostrar su mejor peinado ante las cámaras internacionales.
El Congreso, sin embargo, esta vez decidió jugar al sensato (o al menos pretendió). Entre bostezos, risitas y algún que otro congresista que ni siquiera sabía que el Papa seguía vivo, le negó el permiso. Argumentaron que no era «conveniente» abandonar el país por razones «no esenciales». Parece que la estabilidad política de Perú depende de que Dina no se suba a un avión, o al menos eso quieren hacernos creer.
¿Y cómo reaccionó nuestra lideresa? Con la gracia y compostura que la caracterizan: echándole la culpa a la “mezquindad política” y lamentando que el Perú «pierda la oportunidad» de estar representado en un momento histórico. Claro, porque en un país con inflación, crisis política y ministros fugados, lo más urgente es tomarse un espresso en la Plaza San Pedro.
Lo mejor de todo es que algunos voceros del gobierno incluso insinuaron que no ir al velorio podría dañar la imagen internacional del Perú. Como si nuestra reputación estuviera colgando de un último hilo que solo Dina, vestida de luto y bajo un cielo romano, pudiera salvar.
Así quedó el plan: sin lágrimas frente al Vaticano, sin fotos épicas con jefes de Estado, y sin la posibilidad de lanzar un dramático “requiescat in pace” en cadena nacional. Dina tendrá que conformarse con ver el funeral por YouTube, como cualquier mortal.
Mientras tanto, en Lima, la política continúa: congresistas que no leen, presidentes que quieren viajar y un pueblo que ya no sabe si reír o llorar. En el Perú, hasta los velorios ajenos son excusa para hacer el ridículo.