Gilead No Está Tan Lejos: Una Distopía Que Nos Mira de Reojo

Margaret Atwood no escribió El cuento de la criada para asustarnos con un futuro imposible. Lo escribió para incomodarnos con uno perfectamente plausible. Publicada en 1985, esta novela distópica sigue siendo un eco incómodo de muchas realidades contemporáneas. Y es que Gilead, ese régimen teocrático y autoritario donde las mujeres son despojadas de su autonomía, no está tan lejos como quisiéramos pensar.

La protagonista, Offred, no tiene nombre propio. Su identidad se resume en su rol: “de Fred”, como propiedad del comandante al que ha sido asignada. Ella es una “criada”, es decir, una mujer fértil obligada a tener hijos para la élite estéril del régimen. Su cuerpo es territorio del Estado, su mente una prisión silenciosa. Atwood no construye una heroína clásica. Offred sobrevive, duda, recuerda, se contradice. Y ahí radica su poder: en su humanidad palpable, tan real como vulnerable.

Narrada en primera persona, la novela es un flujo de conciencia que entrelaza presente y pasado, represión y libertad, resignación y deseo. Atwood teje con precisión quirúrgica una sociedad donde las mujeres son clasificadas, vestidas por colores y sometidas por un aparato que mezcla Biblia, miedo y burocracia. La brutalidad nunca es explícita del todo, pero siempre está latente, acechando. Esa sutileza es uno de los mayores aciertos de la novela.

Lo más aterrador de Gilead es que no surge de la nada. Cada ley, cada restricción, cada castigo tiene una raíz reconocible en la historia real. Atwood misma ha declarado que no inventó nada: todo lo que aparece en el libro ha ocurrido en algún momento, en algún lugar. Esa fidelidad al horror histórico es lo que hace que la distopía se sienta tan posible.

Desde un punto de vista literario, la prosa es precisa, contenida, con momentos de poesía oscura y aguda ironía. Hay una belleza triste en la manera en que Offred describe su mundo, incluso en medio de la represión. Atwood sabe exactamente cuándo golpear con fuerza y cuándo susurrar con cinismo.

La novela también es un espejo de los mecanismos del poder: cómo se construye, cómo se justifica y cómo se normaliza. La obediencia no se impone solo con látigos, sino con miedo, culpa y rutina. Y lo más inquietante: cómo muchas mujeres participan activamente en su propia opresión, como las Tías y las Esposas.

El cuento de la criada es una advertencia, no una predicción. Un llamado de atención camuflado de novela. Y, como toda gran obra distópica, su poder no está en mostrarnos un futuro imposible, sino en hacernos mirar con más atención el presente.