Cada 27 de abril, los Países Bajos se tiñen de naranja, suena la música en las calles y el país entero celebra el Día del Rey (Koningsdag). Esta vibrante festividad no solo es una gran fiesta nacional, sino también un homenaje histórico que refleja la identidad cultural holandesa.
Un poco de historia: de princesas a reyes
El Día del Rey tiene sus raíces en 1885, cuando se celebró por primera vez como Día de la Princesa en honor a la entonces princesa Guillermina. Al convertirse en reina, la celebración pasó a llamarse Día de la Reina, una tradición que continuó bajo los reinados de Juliana y Beatriz.
Sin embargo, en 2013, cuando el rey Guillermo Alejandro ascendió al trono, la festividad cambió de nombre a Koningsdag y se trasladó oficialmente al 27 de abril, su cumpleaños. Así, de una fiesta de princesas, Holanda pasó a celebrar orgullosamente a su primer monarca masculino en más de un siglo.
¿Cómo celebran los holandeses?
Durante el Día del Rey, Holanda se convierte en un mar de color naranja —el color nacional en honor a la Casa de Orange-Nassau. La gente sale a las calles vestida con pelucas, coronas, camisetas y todo tipo de adornos naranjas.
Uno de los eventos más característicos es el Vrijmarkt (mercado libre), donde cualquiera puede vender sus pertenencias en plazas y parques, sin necesidad de permisos. Es el «mercadillo más grande del mundo», perfecto para encontrar rarezas o simplemente pasear entre curiosidades.
También abundan los conciertos, festivales, eventos deportivos y celebraciones familiares. Incluso los canales de Ámsterdam se llenan de barcos decorados y fiesteros navegando al ritmo de la música.
Más que una fiesta: un símbolo nacional
Aunque muchos extranjeros ven el Día del Rey como una gigantesca fiesta callejera, para los holandeses representa algo más profundo: unidad nacional, orgullo cultural y tradición. A través de generaciones, la celebración ha evolucionado, pero siempre manteniendo ese espíritu libre, alegre y participativo que caracteriza a los Países Bajos.
En definitiva, el Día del Rey no es solo un cumpleaños real: es el corazón vibrante de la identidad neerlandesa.