Publicado en 1971, Cartero fue la primera novela de Charles Bukowski y, para muchos, su declaración de principios literaria. Con un estilo crudo, directo y sin florituras, Bukowski narra la vida de Henry Chinaski —su alter ego literario— durante los años que trabajó en el servicio postal estadounidense.
La novela comienza casi sin introducción: Chinaski, un hombre que ya coquetea con el alcoholismo, el sexo casual y la apatía general por la vida, entra a trabajar como cartero. El empleo es repetitivo, mal pagado y cargado de pequeñas humillaciones burocráticas. Pero, como sucede en gran parte de la obra de Bukowski, el foco no está tanto en la trama, sino en la mirada: la forma en que el narrador convierte lo rutinario en un retrato mordaz de la sociedad.
En Cartero, los personajes secundarios —supervisores mezquinos, compañeros quemados por la rutina y amantes pasajeros— funcionan como espejos distorsionados de un sistema que aplasta lentamente. La prosa es seca, pero no carece de humor. Bukowski logra que el tedio se vuelva fascinante, que cada carta entregada sea una oportunidad para exhibir el absurdo del mundo laboral.
El libro también es un homenaje (retorcido) a la resistencia personal. Chinaski sabe que el trabajo lo está consumiendo, pero sigue allí, a veces por inercia, otras por la necesidad de un sueldo, y en ocasiones por simple desafío a un sistema que espera que renuncie. Entre noches de borracheras, relaciones fugaces y resacas que apenas permiten levantarse, el protagonista encuentra cierta libertad en aceptar su condición de inadaptado.
A nivel literario, Cartero inaugura la voz narrativa que haría célebre a Bukowski: un lenguaje brutalmente honesto, sin moralinas ni finales redentores. La novela no ofrece soluciones ni grandes revelaciones; simplemente muestra que, a pesar del desgaste, la vida sigue, a veces por pura terquedad.
Más allá de su contexto autobiográfico —Bukowski realmente trabajó más de una década en el servicio postal—, el libro conserva una vigencia incómoda. En un mundo donde la precariedad laboral, el cansancio y la desmotivación son moneda corriente, Cartero resuena como un espejo que refleja lo que muchos prefieren ignorar: la alienación silenciosa que produce trabajar sólo para sobrevivir.
En última instancia, Cartero no es una historia sobre un hombre que entrega cartas; es sobre cómo un hombre intenta no perderse a sí mismo mientras lo hace. Entre la vulgaridad, el cansancio y las carcajadas, Bukowski nos recuerda que la rutina puede ser una prisión, pero también el escenario perfecto para ejercer el último acto de rebeldía: seguir siendo uno mismo.