Hablar de Homero es hablar del nacimiento de la literatura occidental. El autor (o autores, porque aún hoy se debate su existencia) de la Ilíada y la Odisea no solo relató guerras y aventuras, sino que moldeó la manera en que pensamos sobre el heroísmo, el destino y el sufrimiento.
Y sin embargo, pese a la grandeza de su obra, Homero es un escritor incómodo: sus textos, aunque épicos, están lejos de la perfección. Son brutales, repetitivos, crudos y, a ratos, sorprendentemente humanos.
Un narrador de lo brutal
La Ilíada no es simplemente «la guerra de Troya»; es una reflexión sobre la violencia absurda y el orgullo humano. Homero no glorifica la guerra; la muestra tal como es: cuerpos mutilados, dolor, rabia. En su poesía, el heroísmo no siempre brilla: a veces se mancha de sangre y cobardía.
Pocos autores posteriores lograrán un retrato tan vívido del sufrimiento colectivo.
«La muerte, que iguala a todos», dice Homero en boca de sus personajes. Una frase que, miles de años después, todavía resuena con escalofriante actualidad.
La Odisea: el arte de perderse
En la Odisea, Homero nos lleva de la brutalidad a la nostalgia. Ulises, el eterno viajero, no solo busca su hogar: busca su identidad. Cada monstruo y cada isla son símbolos de las pruebas internas que todo ser humano debe enfrentar para encontrarse a sí mismo.
Leer a Homero es reconocer que, incluso en un mundo de dioses caprichosos y mares infinitos, el verdadero viaje ocurre dentro del alma.
Homero: ¿un autor ciego?
La tradición afirma que Homero era ciego. Sea o no cierto, hay algo poéticamente justo en esa imagen: un hombre que no ve el mundo físico, pero que logra mirar más profundamente en las pasiones humanas que cualquier otro.
Su «visión» trasciende la vista: nos muestra la esencia de lo que somos, con una crudeza y una belleza que la literatura posterior nunca ha podido borrar del todo.
Conclusión personal
Homero no es solo «el primer gran escritor»; es el espejo oscuro en el que la civilización occidental ha aprendido a contemplarse.
Amarlo no significa aceptarlo ciegamente; significa enfrentarse a sus textos con la misma mezcla de asombro y crítica que despiertan los grandes misterios.
Después de 2.800 años, Homero sigue hablándonos. Y eso, en un mundo que olvida tan rápido, es el milagro más grande de todos.