¿El Papa sin pasaje? Por qué Francisco nunca visitó Argentina, su tierra natal

Desde que fue elegido en 2013, el Papa Francisco ha viajado a más de 60 países, incluyendo destinos tan lejanos como Irak, Mongolia y los Emiratos Árabes Unidos. Pero hay un país al que, curiosamente, nunca ha puesto un pie desde que se convirtió en el máximo líder de la Iglesia Católica: Argentina, su tierra natal.

Sí, el primer Papa latinoamericano, nacido como Jorge Mario Bergoglio en Buenos Aires, lleva más de una década evitando lo que para muchos sería su «visita natural». ¿Capricho papal? ¿Agenda diplomática? ¿O simplemente un gesto muy calculado?

Un Papa incómodo para la política local

Uno de los motivos más mencionados —aunque no siempre en voz alta— es la alta politización de su figura en Argentina. Francisco ha sido constantemente vinculado a ciertos sectores del kirchnerismo, mientras que otros lo acusan de intervenir (aunque sea desde las sombras) en los asuntos políticos del país. Visitar Argentina podría interpretarse como una toma de posición en una grieta política que divide al país desde hace años.

Según el propio Francisco, prefiere evitar que su visita sea “utilizada políticamente” por ningún sector. Pero claro, eso no ha evitado que su silencio y su ausencia también sean interpretados como un acto político en sí mismo.

¿Falta de tiempo… o de voluntad?

El Papa ha afirmado en varias ocasiones que no visita Argentina por motivos de agenda. Sin embargo, sus viajes a países como Paraguay, Bolivia y Chile —todos vecinos del país austral— han generado escepticismo entre los fieles argentinos.

En 2018, cuando visitó Chile y Perú, evitó cruzar la cordillera para pasar unas horas en su tierra natal, lo que muchos vieron como una señal de distancia emocional y política. ¿Será que prefiere ser argentino en Roma que argentino en Argentina?

El factor Iglesia

Tampoco ayuda que la Iglesia argentina esté atravesando una fuerte crisis de confianza, con escándalos de abuso, divisiones internas y pérdida de fieles. Francisco podría no querer enfrentarse al espejo roto de su propia casa eclesiástica. Como dirían algunos: “Nadie es profeta en su tierra”.